José Fco. Fernández Belda
Viviendo en San Borondón

“Un Dios de vivos” es una Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, que en realidad tiene por nombre completo “Un Dios de vivos, sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de las exequias”.
Es un tedioso y reiterativo documento, que a mi entender como observador externo de este fenómeno religioso, los Obispos españoles podían habérselo ahorrado y no entrar en charcos que son de difícil aceptación social en los tiempos actuales y, posiblemente, generen más rechazo e incomprensión entre los creyentes que van quedando, salvo para los que mantienen la fe del arriero y están dispuestos a comulgar con piedras de molino, si vienen con marchamo y denominación de origen episcopal. El documento está repleto de citas bíblicas, tratadas como certezas indiscutidas e indiscutibles, y de poco razonamiento humanístico.
El tema central de esta Instrucción Pastoral es la creencia en la resurrección en cuerpo y alma de los muertos, dogma de fe central del cristianismo. Nada que objetar a eso, si se es cristiano, pero lo que ya resulta más difícil de aceptar es la cuestión de la resurrección de los muertos con “un cuerpo glorioso”, que no se sabe muy bien qué o cómo es, o será. El propio documento, en su apartado 25, se pregunta “¿En qué consistirá la resurrección de la carne? Este interrogante no es nuevo. Ha acompañado la historia de la Iglesia desde sus comienzos, hasta el punto de que ha supuesto siempre una de las mayores dificultades para aceptar esta verdad de nuestra fe”.
En el apartado 45, ya comienza a vérsele la patita a los obispos: “El centro de las exequias cristianas es Cristo Resucitado y no la persona del difunto. Los pastores han de procurar con delicadeza que la celebración no se convierta en un homenaje al difunto. Eso corresponde a otros ámbitos ajenos a la liturgia. En el caso de que algún familiar intervenga con unas breves palabras al final de la celebración, se le debe pedir que no altere el clima creyente de la liturgia de la Iglesia y que, aunque aluda a aspectos de la vida del difunto que puedan ser edificantes para la comunidad, evite un juicio global sobre su persona; y que no emplee expresiones incompatibles con la fe que se expresa y se vive en la celebración (“allá donde estés”, “si es que estás en algún lugar”, etc.)”.
Las cuestiones sobre la cremación, (cosa que por la presión social se han visto oblicados a aceptar), la custodia de las cenizas, aquello que los creyentes practicantes pueden o no hacer con ellas, apoyando la argumentación en lo del “cuerpo glorioso”, parecen de un anacronismo medieval y de una lectura literal de textos bíblicos, insostenibles hoy en día. Dos citas literales, punto 1 y 3 del Apéndice sobre los columbarios:
“En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho”. ¿No recuerda esto a cuando se negaba la comunión a los divorciados?
Y dos: “no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación”. De nuevo una paternalista intermediación de las jerarquías, a todas luces superflua y de difícil aceptación racional, entre Dios y los creyentes.
Me pregunto, ¿qué dirían estos doctos obispos a los humanos normales sobre cómo sería el “cuerpo glorioso resucitado” de aquellos que como castigo medieval fueron descuartizados y sus restos esparcidos o dados de comer a los cerdos; o a los millones de marinos que no han tenido una sepultura en tierra sino que la tuvieron en la mar donde los peces acabaron alimentándose con sus restos mortales? A mi entender, seguir creyendo cosas como estas tan materiales y arcaicas, en vez de aceptar que lo del “cuerpo glorioso” es una forma metafórica de hablar, no ayuda en nada a los cristianos del siglo XXI a conservar, no la fe, sino la confianza en sus sacerdotes.