Me gustan aquellos gentíos que son dueños de sí mismos, que no juzgan y tienden manos, aquellos que miran a los demás sin etiquetas, con la mirada del consuelo y las lentes de la generosidad, porque actuando así se construye un mundo más habitable

En lo vivido está nuestro horizonte, que no es otro que lo labrado bajo los imperios de la mente, a través de ese camino interno que cada cual hemos de realizar por nosotros mismos.

A veces se nos olvida defender nuestra propia dignidad y nos la roban. Nadie tiene derecho a quitárnosla. Pongamos mayor atención. Ya está bien de no hacer frente a tantas etapas autodestructivas.

Necesitamos avivar el lenguaje de la consideración y del respeto.

Desde la diversidad hay que reconstruir el mundo. La tarea no es fácil. Andamos demasiado tensos. Así no se puede conversar para converger posturas. Tampoco es cuestión de desistir por muy problemáticas que sean las situaciones.

Los tiempos no son fáciles para ningún país del mundo. Con urgencia tenemos que sanar las diferencias y conciliar diálogos sinceros, cuando menos para generar atmósferas más armónicas, comprensivas y tolerantes.

Es tiempo de activar los buenos propósitos. De ponerse en camino. De hacer camino. De sentirse camino. De caminar con la compasión como apoyo.

Ha llegado el momento de despertar y de tomar conciencia, de no permanecer ciegos y de abrazar los grandes deseos de nuestro interior, de saber mirar los diversos caminos y de aferrarse en aquellos horizontes que nos unen, de levantar los ojos hac

Pongámonos en paz con nosotros mismos,

luego, asentémonos con espíritu conciliador,

demos posada a los que huyen de la guerra,

aliento a los que se mueren en el desaliento,

y pan a los que no tienen pan para comer hoy.

Estamos asistiendo a una especie de desnaturalización que nos deja sin verbo ni conjugación. Tanto es así que nada es lo que parece. Los efectos de esta locura son ya bien palpables.