La melodía eterna del Bentayga
Acompañamos a la compositora grancanaria Laura Vega en el sendero interpretado del Cabildo al Roque Bentayga en esta nueva entrega de la serie ‘De ruta con…’
Cada camino posee su propio sonido. Los pasos que damos suenan distintos en función del lugar donde dejemos huella. Cada senda tiene una explicación, un objeto. Es, de algún modo, una partitura que debemos interpretar. Un sendero nunca es casual. Es un propósito. Ha sido escrito en la tierra, del mismo modo que escribimos un relato o componemos una obra musical.
Hay sitios donde se levanta el polvo de más de mil años de historia. Esta realidad se aprecia de manera evidente en el sendero que asciende desde el Centro de Interpretación hasta el Roque Bentayga, uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Gran Canaria y donde la isla roza el cielo a más de mil cuatrocientos metros de altura. Es, además, una de las rutas interpretadas gratuitas que ofrece el Cabildo a través del Instituto para la Gestión Integrada del Patrimonio Mundial y la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria y que pueden reservarse en www.viveunescograncanaria.com.
Tampoco es casualidad que hoy, en esta mañana tan diáfana que la luz solar alumbra hasta el fondo de los pensamientos de quien se adentra en las entrañas de la isla, compartamos ruta con la compositora grancanaria Laura Vega. Nació en Vecindario, vive en la capital insular, su música, integrada por un universo sonoro de más de setenta obras, ha sido interpretada por orquestas de Alemania, Escocia, Colombia o Estados Unidos. Pero ahora mismo es una asombrada criatura más en la Cumbre, un ser expectante a punto de iniciar un camino que conduce directamente al pasado aborigen.
El Bentayga, anclado en el tiempo y el espacio, aguarda a la caminante. Según se asciende, se confirma la majestuosidad de la Caldera de Tejeda y el papel presidencial que ejerce el Roque, en el trono central de una crestería que alberga cuevas naturales y artificiales que sirvieron de vivienda, granero y enclave mortuorio. Aquí vivieron, soñaron, resistieron y murieron.
También plasmaron su cultura en la piedra que habitaban, horadando la toba volcánica con inscripciones líbicobereberes reducto de su primigenia cultura amazige, signos geométricos, triángulos púbicos y cazoletas. Y miraron a las alturas, a ese cielo del que venía la lluvia o la sequía, el sustento o el hambre. El Bentayga se elevaba además como la principal puerta entre dos mundos en ese Axis mundi, es decir, el mágico e impreciso territorio entre el humano suelo y el techo astral.
Música para la eternidad
Laura Vega marcha a un buen ritmo por un espacio que había recorrido previamente espiritual y creativamente. Por encargo del Cabildo, compuso la pieza de cámara ‘Caelum in terrra. Música para la eternidad’, inspirada en el Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria. Hoy, por lo tanto, Laura es una nota musical que se mueve dentro de este extraordinario pentagrama natural e histórico.
“La obra sobre el Paisaje Cultural se basó sobre todo en la sensación de vincular cielo y tierra, un hecho que influyó de manera tan clara en la población aborigen, con esos rayos de sol que entraban dentro de las cuevas, o que pasaban a través de dos piedras, como es el caso de Bentayga, iluminando un punto concreto que les servía para organizar su vida, las cosechas o generar rituales”, explica sobre el considerado almogarén o marcador equinoccial situado en su cara sur.
La otra protagonista indiscutible de ‘Caelum in terra’ es la luz. “De alguna manera, la transmito a través de mis sonoridades. Ese concepto de luz y oscuridad me inspiró a crear atmósferas sonoras. También traté de plasmar la espiritualidad, de ahí las fases íntimas que invitan a la introspección. Mi música”, agrega, “se basa mucho en los contrastes, así que también alterno momentos que evocan la grandiosidad de un paisaje que conozco bien, porque hace muchos años que voy a Acusa Seca, a la cueva de un amigo. Me impresionan el entorno y el silencio. Allí es como si pudiera echar el tiempo atrás y situarme en la época aborigen y sentir su relación con el cielo y los astros”.
‘Caelum in terra’ se estrenó en el templo de San Matías de Artenara. La misma luz que se adentra en las cavernas atravesaba ese día las cristaleras de la iglesia. Merece la pena rescatar la impresión que tuvo el pianista José Luis Castillo tras dar vida a la composición: “Es un canto sin ambages al amor generoso e infinito, hacia el universo y lo mágico y telúrico de la naturaleza”.
Van quedando atrás palabras, memorias, retamas, tabaibas, tajinastes y vinagreras mientras Laura marcha hacia delante en el espacio y hacia atrás en el tiempo. En uno de los recodos, se abre a la vista el Roque Nublo, y es inevitable que la mirada se eche a volar hacia él, como un cernícalo en caída libre en pos de su presa, en este caso un recuerdo.
“Como compositora, los paisajes de nuestra isla me han inspirado para crear nuevas obras. Por ejemplo, una de ellas vino a mi mente sentada en la Ventana del Nublo, observando un paisaje maravilloso y reflexionando sobre nuestros antepasados, sus posibles vivencias. Se llamó ‘Paraísos perdidos’, por esa sensación que tenemos aquí de vivir en un verdadero paraíso que la gente pierde por distintas circunstancias, en este caso por el concepto de la emigración, cuando tenemos que abandonar la tierra donde hemos nacido”, rememora.
Se perfila ante Laura Vega en este momento la llamada Muralla del Bentayga, una construcción de ochenta metros de largo y tres metros de altura que certifica el carácter de fortaleza del emplazamiento. El último esfuerzo conduce hasta la escueta planicie que acoge la cazoleta practicada en la piedra volcánica, donde incide la luz del equinoccio con la que medían su tiempo en el mundo, en una melodía eterna, cantada a coro por las inquietudes humanas y los elementos de la Naturaleza que sigue resonando entre las rocas, como un litófono.
El sol del mediodía resulta casi cegador, aunque un manto de nubes que trepa desde el noroeste comienza a cubrir las faldas del Nublo. Laura afronta la bajada hacia el Centro de Interpretación, rumbo al presente. Como a cualquiera que suba hasta este lugar, no es exactamente la misma. Tiene la misma edad, idéntico semblante, pero baja con un milenio más en la mochila y el alma, aunque no se nota en su caminar, porque no pesa. Es un legado que acompaña y da sentido a la vida en Gran Canaria.